Soy Estrella Valentina González, prostituta por profesión de acomodo. Enseñanza media incompleta, población nº 567 al lado del negocio del guatón Pancho. Marido en la cárcel, hijos en el colegio de la calle y cuñado, suegra, cuñada, primos y primas de allegados a mi casa.
En el día duermo a pata suelta y de noche ejerzo mi profesión que como dije, es de acomodo, ya que no tengo más que hacer.
Siempre se me ha pasado por la cabeza que tengo que salirme de esta cuestión. Todas las noches le doy un besito a la virgencita que tengo colgada en el cuello y le pido que me saque de aquí. Me tiene aburrida la mala vida, las putas viejas, los condones de mala calidad y las noches de largas esperas. Ya casi no quiero esto, ya casi no quiero más.
Terminé de fumar y me acerqué al auto azul, que hace rato que andaba buscando acción. Un hombre obeso y transpirado bajó el vidrio y me dijo “Hola reina”. Creo que con esto terminó de matar mi noche.
Comienza otra aventura entre tú y tú e infinitos hombres extraños, traumados, flacos, gordos, impotentes, maniáticos, sádicos, tímidos, estúpidos. En fin, muchos.
Le dije lo que ofrecía y antes que terminara, sacó el brazo suelto y viscoso por la ventana y me tocó una teta. Me tragué el vómito que me provocó y subí al auto, ya casi resignada. Le grité a la Juana que me esperara, que volvía rápido, ya que no esperaba mucho de él ni tampoco de mí.
Apenas comenzamos a andar, me pasó un fajo de billetes sucios. Yo lo miré, tratando de mantener mi profesionalismo y le dije que después del trabajo se cobraba, ya que eso es justo. Me tomó la medallita de cuello y la miró. ¿Qué se tiene que andar metiendo con mi virgencita?
Llegué a su casa y era gigante. Tenía adornos en cada rincón y pinturas raras con harto color. Es típico que estos imbéciles tienen una mina y a ella por supuesto le da asco estar con un guatón de mierda así.
Finalmente, esto es una pega, aunque no tan digna y menos en situaciones como estas, pero es un trabajo igual. Como dice mi comadre Juana “e’ lo que hay”.
Me paré frente a él en su cama y él se tiró. La cara de asco no la escondí, pero a él le dio lo mismo.
Después de terminar, me fui al baño y me lavé la cara. Vi mi cara en el espejo y me di cuenta que ya no servía para esto. El gordo desagradable dormía como angelito y ya quería largarme. Tomé los billetes mugrientos del velador y salí por la puerta.
Decidí ir caminando esta vez, en vez de tomarme el taxi. Me ahorré esa platita para comprarle la pelota de fútbol que le había prometido al Juancho, mi niño.
Mientras caminaba me acordé de mi tío Lucho y de la última vez que nos vimos. Fue en la plaza de la población hace como 15 años. Ése día fue cuando me regaló la medallita de la virgen para la protección. Después de eso, nunca lo volví a ver.
Llegué al lugar de siempre y me fumé un cigarro para esperar otro auto.
Mientras me arreglaba la falda y el sostén que se me estaba incrustando en la izquierda, la Juana me dijo:
--Paré' que está vacío esta noche, ¿verdad estrellita?-
Tenía razón, debíamos irnos para empezar a vender la mercancía o sino no íbamos sacar nada de esta noche. Me contó que recién habían llegado unas bolsitas de coca de rebuena calidad y que la tenía en su casa.
No me gusta vender esta cosa, pero es lo único que queda por hacer. Vendí al final de la noche unas 10 bolsitas y tenía ya suficiente como para terminar la noche.
Contenta, radiante y con el sabor asqueroso del puerco ése, llegué a mi casita.
Me saqué los tacos para no meterle ruido a los niños y abrí la puerta. Iba entrando cuando sentí disparos. Venían de la casa de al frente.
-¡Ayuda! ¡Me están robando!—gritaba la viejita. Dudé un momento en salir pero finalmente lo hice. Me daba pena la pobre solita en su casa.
Apenas crucé la calle las puntas de mis medias caladas se rompieron.
Todo estaba oscuro. Abrí la puerta que se estaba cayendo a pedazos y entré. Ella estaba en el suelo llorando a moco suelto y un hombre con un pasamontañas apuntándola con una pistola.
-Maldita noche—pensé.
-Lo único que me faltaba, una puta al rescate—dijo el enmascarado.
Atiné a decirle que se calmara, que no iba a solucionar nada matando a la pobre vieja. La señora rezó como 500 aves marías, mientras sollozaba y escuchaba nuestra conversación.
Entonces, bajó la pistola y se apegó a mi. Me chupaba el cuello y babeaba como idiota. Se sacó el pasamontañas de la cara y me miró.
Ahí me di cuenta de quién era. Su bolsa con chucherías baratas se cayó al suelo mientras me miraba. Mis manos transpiraban y yo sólo estaba estancada ahí, como estúpida, como antes, mirándolo.
La señora aprovechó la ocasión y salió corriendo. Mis rodillas temblaban, sentía que me iba a caer al suelo. Después de todo lo que pasó entre nosotros y de todo lo que me hizo. Ninguno de los dos habló mientras me sujetaba de la cintura y me llevaba para afuera. No dejábamos de mirarnos hasta que llegó el momento.
Siempre nos prometí que lo haría, que la próxima vez que lo viera no dejaría que pasara más tiempo. Miró mi cuello y se dio cuenta que aún la tenía colgada. Sus ojos amarillos me miraban entera y su pelo negro ahora estaba blanco.
Mientras me contaba que estaba cesante, que ahora tenía que robar para sobrevivir, le quité la pistola. Tenía dos balas brillantes y eso era suficiente.
-Por fin negrita, nos vamos a amar para siempre—me dijo.
- Te amo—le dije mintiéndole.
miércoles, 23 de noviembre de 2011
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1 comentarios:
Que buen cuento ¿tu eres su autora?
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