miércoles, 7 de marzo de 2012

SUPRA

Publicado por Gringa en 7:35 2 comentarios



Mientras la miraba fijamente, sacaba cuidadoso un pañuelo azul de una caja con el fondo de terciopelo, con esa mirada cómplice que hace que en un segundo veas cada una de las perversiones que hará. Se lo puso suavemente en la boca, se dio la vuelta y lo amarró por detrás. “Así no alegarás por nada y podré hacerte todo lo que quiero tranquilo”, le dijo. A ella le quedaron sólo los ojos afuera, los cuales miraban cada movimiento. Se puso por delante de ella de nuevo y de un cajón sacó un pañuelo verde, un poco más grande. Lo enrolló, sin quitar ni una instante la vista a ella, que lo miraba detenidamente. La tomó por la cintura y la puso de rodillas. Sujetó con una mano las dos manos de ella y con la otra, las unió a sus pies. Pasó cuidadosamente el pañuelo por alrededor y con un solo movimiento firme, hizo un nudo fuerte. Ella hizo un sonido suave, pero que él alcanzó a percibir. Le preguntó suavemente qué le sucedía. Ella no podía hablar pero hizo un gesto de molestia, mostrándole que le dolía que sus pies y manos estuvieran atadas.
“Ah, esto es lo que te molesta. Bueno, tendrás que aguantar un momento, después te olvidarás, no te preocupes”, le dijo con voz suave mientras acariciaba su cabello.
Ella pensó que quizás no había sido buena idea, que quizás no le gustaría así, que apenas lo conocía y no sabía qué podría hacer. Él se dio vuelta y se sacó la polera. Hacía un calor infernal dentro de ese motel. Se acercó a ella nuevamente y comenzó con su cuello. Suaves mordiscos hacían que ella se retorciera de placer. Mientras recorría su cuello, iba abriendo su blusa y cada vez que sacaba un botón, comenzaba a morder más abajo y más. Bajó por el pecho de ella hasta su ombligo, mientras que con otra mano le sujetaba el cuello y de vez en cuando apretaba. Ella hacía sonidos que no alcanzaban a oírse pero cuando se asomaba un grito más fuerte, él procuraba ponerle los dedos en la boca y hacerla callar. Bajó las dos manos hacía su busto y con fuerza destruyó el sostén negro que llevaba. Los miró, contemplando cada detalle, esa forma redondeada y ese pezón duro y pequeño. Se acercó suave y comenzó a besar una, mientras que con la otra mano tocaba delicadamente el pezón, casi rozándolo. Besaba la parte de abajo, luego lamía el contorno y llegaba al pezón, apretándolo un poco con los labios. Ella suspiraba y cerraba los ojos. Él la miraba de reojo para ver si lo estaba haciendo bien, si veía aprobación en los ojos de ella.
Cambió de lado y comenzó con la otra. Hizo el mismo trabajo, sin descuidar nunca el otro pezón expectante, duro y caliente, lleno de besos de él.
En un momento se detuvo y la miró. Se acercó despacio a su oído y le dijo “vuelvo en un momento”. Se dio vuelta y salió por la puerta. Ella se quedó sola, con los senos al aire, los pezones erectados y una leve humedad en su ropa interior. Trató de moverse pero cada paso que trataba de dar la desestabilizaba más. Intentó sacarse las amarras de las manos y no hubo caso, estaban muy apretadas. Se le cruzó por la cabeza la idea de que él la abandonaría ahí y así, en esa posición. Comenzó a desesperarse con los segundos que pasaban y él no aparecía. Sólo se le veían los ojos, los cuales movía desesperados de un lado a otro, sin lograr verlo. En un momento sintió unos pasos y luego suavemente la manilla se giró. Era él, sin polera y ahora con una tijera en la mano. Ella miró la tijera y comenzó a sudar y a parpadear aceleradamente. Él hizo un gesto de tranquilidad y comenzó a decirle palabras suaves.
Se acercó con la tijera y le pidió que no se moviera. Ella comenzó a sollozar y a emitir sonidos que no se percibían con el pañuelo en la boca. Él tomó la pretina del pantalón y comenzó a cortar de arriba hasta abajo. Fue un corte recto y rápido. La tijera reflejaba su piel, su blanca piel con pequeñas pecas. Luego fue con la otra pierna y ella, más calmada, veía cómo cortaba su ropa. Logró sacarle los pantalones pero quedaba la ropa interior. Unos pequeños calzones de algodón y colores brillantes quedaban al descubierto. Sin quitarle la vista, él la miró y rió de aquella ropa interior tan infantil y con una mano, acarició suavemente su entre pierna, dándose cuenta que estaba completamente húmeda.
Tomó nuevamente la tijera y con un solo movimiento, cortó un lado del calzón, el cuál dejó entre ver su pubis con algunos vellos colorines. Ella comenzó a moverse, le excitaba que él la mirara de esa manera, como si se la quisiera devorar en un instante. El calzón seguía puesto y comenzaba a caer, por lo que inmediatamente ella cerró las piernas, un poco tímida y expectante de lo que él iba a hacer. Cuando se dio cuenta, le abrió las piernas y le dijo que se quedara así, en esa posición, mientras terminaba de sacarle todo. Con otro movimiento seco cortó el otro extremo de la ropa interior y esta cayó por completo derrotada en el suelo. Él la recogió y la olió por unos segundos y la lanzó para otro lugar.
Ahora ella estaba desnuda completamente, atada de manos y pies, sin poder emitir sonido y con las piernas abiertas completamente. Él se puso de pié y comenzó a sacarse el cinturón sin dejar de mirarla a los ojos. Luego desabrochó el pantalón y se lo sacó. Ella alcanzó a notar que su pene estaba completamente duro y la ropa interior delataba su humedad. Ella se estremeció y tuvo algunos escalofríos de solo pensar en su sexo siendo penetrado por él y comenzó a excitarse más y más, mientras frente a ella él comenzaba a bajar su calzoncillo.
Apenas estuvo desnudo, se acercó suave y empezó a morder cada parte de su cuerpo. Primero el cuello, firme pero suave, luego los hombros, lo que provocaba espasmos en ella y que abriera y cerrara las piernas por la excitación. Con las palmas abierta comenzó a rozar suavemente sus pezones, sin dejar de morderla, luego en la cintura, la cadera, los muslos y luego pasaba su lengua.
Con una mano comenzó a apretar fuerte sus pezones y ella sólo cerraba los ojos y sentía un placer enorme, pareciera que iba a explotar de excitación, se mojaba más y más con cada movimiento de él.
Se detuvo. La miró y gradualmente comenzó a subir por sus muslos, casi no tocándolos, hasta que llegó a su sexo húmedo y abierto. Tocó con un dedo solamente, era suficiente. Subía y bajaba con su dedo entre sus labios y bruscamente lo metía dentro de su vagina. Ella alcanzaba sólo a lanzar un pequeño grito desde el estómago, pero era imposible que se escuchara más detrás de ese pañuelo. Subía con su dedo y se encontraba con su clítoris duro y suave, pasaba el dedo por alrededor y luego bajaba.
Se detuvo. Y se tiró al suelo con la cabeza hacia arriba. Avanzó arrastrándose hasta que se posicionó debajo de ella. La sujetó de las caderas y comenzó a lamerla. Ella se quejaba y respiraba agitada, mientras la lengua recorría todos los espacios entre sus labios, su vagina y su clítoris. Jugaba con su lengua por los lados y luego la penetraba en su vagina. Ella gemía cuando hacía esto, lo cuál a él excitaba más. Circularmente mojaba todo su clítoris, lo rozaba despacio con la lengua y después, bajaba hasta su vagina. Cada movimiento era un grito ahogado de ella y más lubricación. Ella ya se movía desesperada, sin poder salir de aquel placer y tortura. Ya no podía más, su cuerpo pedía que la penetrara, que metiera su pene duro y fuerte por su vagina, y gritar y sentir más. Trataba de moverse y no podía, él la tenía firme contra su cuerpo. Seguía jugando con la lengua, más fuerte y rápido ahora y su sexo comenzó a latir acelerado y ella cerró los ojos. Comenzó a sentir esa desesperación que ahoga, que agobia, se quedó sin gritos, sólo sentía.
Siguió más fuerte, él no la soltaría hasta que tuviera un orgasmo, hasta que eyaculara en su cara. Siguió con la lengua en el clítoris, más fuerte, ella se estremecía, temblaba. Los latidos comenzaron a acelerarse más, la respiración se complicaba, se entrecortaba y mientras encogía los dedos de los pies, lanzó un grito gutural. Su vagina se contrajo y comenzó a botar un liquido transparente en la cara de él, el cual bebió como si fuera el último líquido del planeta. Suave recorrió de arriba abajo hasta que no quedara nada entre los labios y sacó su cabeza de entre sus piernas. Ella ahora tiritaba y respiraba agitada. Tenía los ojos cerrados, estaba en un trance de placer tan grande, que ni se percató cuando el se puso de pie e introdujo su pene en la boca de ella.
CONTINUARÁ
 

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